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jueves, 23 de enero de 2014

A LA CABEZA UNA BUENA CABEZA...

Recibo con alegría la noticia de la elección como Presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía de Javier González de Lara, patrono de la Fundación Victoria, abogado, emprendedor, artista,… pero sobre todo una persona que siempre me mostró grandes virtudes durante el tiempo en que he tenido ocasión de contar con su colaboración y cercanía. Recuerdo cómo me apoyó en el Primer Encuentro Fundación- Empresas (en la foto). También recuerdo aquella entrañable entrevista en Radio Fundación. Javier es inteligente y hombre de experiencia, pero sobre todo es cercano, enamorado de su familia, disponible y humilde.  Supongo que edificar todos estos valores no es tarea de la noche a la mañana. Él sabe bien sobre qué roca edificar… ¡Gracias y Enhorabuena Javier!



lunes, 20 de enero de 2014

Aunque todos, yo no. Reflexiones desde el aula...

1.- Profesores cristianos en la Escuela Católica
No somos funcionarios del Estado, no queremos serlo. Nuestra opción laboral nace desde una opción existencial marcada por los valores del Evangelio. Es más, decidimos que nuestra opción laboral se inserte en una realidad concreta: la Escuela Católica. Somos trabajadores al servicio de la tarea educativa y evangelizadora de la Iglesia.
Tener esta posibilidad es una suerte para todos nosotros. Trabajamos con y entre hermanos y hermanas que quieren, como yo, ser discípulos del Señor, ser sal y luz en medio del mundo.
Pero también esta opción requiere un plus de entrega, de cariño puesto en lo que hacemos, de exigencia personal, que no recoge ninguna ley, ningún precepto humano, ningún convenio colectivo. Y es que las cosas de Dios no pueden someterse a un calendario, a un horario. Todo ello sin olvidar, por supuesto, que todo obrero merece su salario y su descanso.
Trabajamos, además, con una materia prima especial. Los niños y niñas son el encargo que la Iglesia nos encomienda. Recae sobre nosotros una gran responsabilidad.

2.- Los niños, preferidos en el corazón de Cristo
Es importante no olvidar y aplicarnos día a día a nosotros mismos las palabras de Juan Pablo II con motivo del IV Centenario de la primera escuela popular gratuita de Europa:
«Si Calasanz supo ver en el rostro de aquellos niños romanos, abandonados a sí mismos, el reflejo del rostro de Cristo, ahora os toca a vosotros, en un mundo en que los pueblos y las personas son apreciados y estimados sólo en función de su importancia económica, mostrar a todos que los niños y los pobres siguen siendo los preferidos del corazón de Cristo»[1]

3.- Los niños, en el corazón de la Iglesia (cf. Mc 10, 13 -16)
Una vez más las palabras de Juan Pablo II:
«No podemos descuidar el papel de los niños en la Iglesia. No podemos por menos de hablar de ellos con gran afecto. Son la sonrisa del cielo confiada a la tierra. Son las verdaderas joyas de la familia y de la sociedad. Son la delicia de la Iglesia. Son como "los lirios del campo", de los que Jesús decía que "ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos" (Mt 6, 28-29). Son los predilectos de Jesús, y la Iglesia y el Papa no pueden menos de sentir vibrar en su corazón, por ellos, los sentimientos de amor del corazón de Cristo.
Jesús, por su parte, siente un profundo respeto hacia los niños, y advierte: "Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10).
Desgraciadamente, son numerosos los niños que sufren: sufrimientos físicos del hambre, de la indigencia y de la enfermedad; sufrimientos morales que provienen de los malos tratos por parte de sus padres, de su desunión, y de la explotación a la que el cínico egoísmo de los adultos los somete a veces. ¡Cómo no sentirse profundamente acongojados ante ciertas situaciones de indescriptible dolor, que implican a criaturas indefensas, cuya única culpa es la de vivir! ¡Cómo no protestar por ellos, dando voz a quienes no pueden hacer valer sus propias razones!
En esta catequesis dedicada al apostolado de los laicos, me resulta espontáneo concluir con una expresión lapidaria de mi predecesor san Pío X. Motivando la anticipación de la edad de la primera comunión, decía: "Habrá santos entre los niños". Y, efectivamente, ha habido santos. Pero hoy podemos añadir: "Habrá apóstoles entre los niños"»[2]

4.- Siervos inútiles somos… (Cf. Lc 17, 10)
La vida del cristiano se ve interferida por las tentaciones. Hasta el mismo Jesús tuvo que afrontarlas. Quizás desde su experiencia quiso finalizar la oración que nos enseñó con las palabras “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.
Una de esas grandes tentaciones es la de pasar factura, la de recordarle a Dios y a los demás lo mucho que trabajamos. Los Apóstoles guardaban en su corazón las palabras de Jesús: «Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17, 10).
El mucho trabajo en las cosas de Dios y de la Iglesia es como el valor en el ejército: se presupone. En este contexto se dirigía hace ya bastantes años el obispo D. Ramón Buxarrais a un grupo de jóvenes: ¡Ay de la noche en que os vayáis a la cama descansados!, nos decía.
No obstante siempre queda en el aire la pregunta: ¿Realmente estamos haciendo todo lo que debemos hacer?
Ciertamente dedicamos muchas horas, muchos desvelos a nuestra tarea educativa. No obstante es grato tener la oportunidad de descubrir, como ha sido en mi caso, que ni la Titularidad de la Fundación Victoria, ni la Sede nos exigirá nunca más de lo que se exige a sí misma.

5.- Desde convicciones morales inquebrantables
Vivimos tiempos difíciles para la moral personal y colectiva. El integrismo de las ideologías oscurece la opción por la integridad de las personas. El relativismo extendido ha pasado de los principios a las personas, de tal manera que ni siquiera el ser humano es ya una verdad absoluta. Cada vez son más las minorías que han descubierto en el manejo del miedo, del chantaje y de la manipulación un arma de destrucción masiva. La palabra pierde su valor frente al polígrafo. El comentario entre pasillos, en Internet o en un programa televisivo de entretenimiento nos da argumentos suficientes para convertirnos en jueces…
En tiempos donde parece que estamos perdiendo el norte, los cristianos estamos llamados a ser testigos del Reino que Dios quiere, estamos llamados a sembrar paz, sentido común y cordura, estamos llamados a ser fieles a nuestra conciencia. Los cristianos llevamos más de 2000 años prefiriendo morir de dolor a morir de vergüenza, morir de pie a vivir de rodillas. No nos postramos ante otros dioses que no son nuestro Señor. Es entonces cuando esto de ser cristianos se convierte en fuente de felicidad, en puerta al corazón de Dios.

6.- “Aunque todos… yo no” (Et si omnes, ego non)
Esta frase, inspirada en las palabras de Pedro a Jesús[3], fue a menudo utilizada por los autores cristianos antiguos y del medievo para expresar de forma explícita su oposición a un poder dominante y opresivo. Y es que la presión de lo que los demás hacen o dicen es tan grande que termina convirtiéndose en un yugo que oprime nuestra conciencia y a veces termina dominándola.
Es cierto, por otra parte, que la tendencia a generalizar que tenemos los humanos eleva a la categoría de “todos” lo que realmente son acciones de unos pocos, especialmente si esas acciones van en contra de lo éticamente correcto. No todos defraudan a Hacienda, no todos maltratan, no todos se saltan el semáforo en rojo… No obstante, aunque todos… yo no. Se trata de un principio más de libertad que de moralidad.

7.- La entrega y el amor convierte nuestro trabajo en Evangelio Vivo
Miles de hombres y mujeres como nosotros, con sus dudas, con sus miedos, con sus preocupaciones, han sido Evangelios Vivos. Tenemos la suerte de conocer a personas que han conocido y manejado con especial ternura el arte de poner amor a las cosas que hacen y dicen. Contamos, además, con el testimonio de nuestros santos, especialmente de los que trabajaron en el campo de la Educación.
Y el amor, todos sabemos, se manifiesta en gestos que tienen la virtud de llegar a los demás.

8.- Sin complejos…
También vivimos tiempos difíciles para la Escuela Concertada. Somos, sin embargo, la apuesta por la libertad a la hora de optar por un tipo concreto de educación para nuestros hijos. Es bueno que una sociedad pueda ofrecer un abanico amplio de posibilidades y que éstas sean gratuitas. La educación, si es monocolor y no tiene alternativas en un país, se convierte en adoctrinamiento.
Sin complejos: ¡Que sugerentes las palabras de Monseñor Oscar Romero en su penúltima homilía! Al día siguiente, mientras celebraba la Eucaristía, fue asesinado:
«Y desde esa libertad del Reino de Dios, la Iglesia, que no sólo es el obispo y los sacerdotes sino todos ustedes los fieles, las religiosas, los colegios católicos, todo lo que es el Pueblo de Dios, el núcleo de los creyentes en Cristo, debíamos de unificar nuestros criterios; no debíamos de desunirnos, no debíamos de parecer dispersos y muchas veces como que somos acomplejados ante las organizaciones políticas populares y queremos complacerlas más a ellas que al Reino de Dios en sus designios eternos. No tenemos nada que mendigarle a nadie porque tenemos mucho que darle a todos... Y esto no es soberbia sino la humildad agradecida del que ha recibido de Dios una revelación para comunicarla a los demás».
Tenemos todo un futuro lleno de retos…




[1] Mensaje del santo padre Juan Pablo II al prepósito general de los escolapios en el iv centenario de la primera escuela popular gratuita de Europa (1994)

[2]Juan Pablo II. Audiencia general. Miércoles 17 de agosto de 1994
[3]Et si omnes scandalizati fuerint in te, ego numquam scandalizabor (Mt 26, 33: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.»).

domingo, 19 de enero de 2014

La pequeña Mimí. Un cuento de muñecas...

El Sr. Martínez era muy famoso en su comarca. Con los años se había convertido en un prestigioso fabricante de cajitas de música. Las construía a mano, según una antigua técnica que aprendió de sus mayores, las adornaba con espejitos, conchas de mar, dibujos fantásticos... e incluso algunas iban remachadas con algún metal precioso o con piedrecitas de colores que hacían que el producto se vendiese a un precio más elevado. Además, les incorporaba un mecanismo que, al darle cuerda, interpretaba una hermosa música de tonos suaves y delicados compuesta exclusivamente para él por un famoso profesor de piano.
Pero el éxito de aquellas cajitas residía en la pequeña bailarina que, al levantar la tapa, se erguía y giraba al compás de la música, causando la admiración de todo el personal. La bailarina era una simpática muñequita de porcelana de pocos centímetros de altura, a la que el mismo Sr. Martínez ponía nombre cuando la instalaba sobre la plataforma giratoria.
Casi todas las familias del lugar tenían en casa una cajita de música y, cuando había visita, la enseñaban orgullosos. Además, era un regalo perfecto para un cumpleaños, un aniversario de boda o para el día de los enamorados. De hecho, el Sr. Martínez tenía mucho trabajo.
Aquella tarde, un señor muy serio que llevaba un maletín y vestía un traje oscuro, compró una de aquellas cajitas para su mujer, con la que había discutido porque ella le recriminaba que pasaba poco tiempo en casa. La cajita era de tonos azules y la bailarina, a la que el Sr. Martínez puso el nombre de Mimí, vestía de blanco.
Mimí estaba muy contenta, aunque hubiese preferido tener un nombre más sencillo, como Ana, o Marta, o María... pero, al parecer, toda muñeca está condenada a tener un nombre "repipi". Era la primera vez que salía de la tienda y deseaba enormemente bailar al son de aquella música que, a fuerza de oírla, sabía de memoria. Además, había ensayado mucho para no defraudar (las muñecas tienen mucho miedo a defraudar porque, si eso ocurre, terminan arrinconadas en el cuarto de los trastos).
De camino a su nuevo hogar, Mimí iba repitiendo la melodía entre los nervios ante su próximo debut, el bullicio de la gente en la calle y el traqueteo dentro del maletín. Como el trayecto era largo, comenzó a prestar atención a todos los nuevos sonidos, desconocidos para ella hasta entonces: el claxon de los coches, el ruido escandaloso de algunas motos, el acelerón de los autobuses de línea... Pero su mayor sorpresa fue cuando escuchó otras músicas. Mimí no sabía que existiesen melodías diferentes. Eran menos elaboradas, menos perfectas, pero también menos mecánicas. Tanto que fueron capaces de emocionar a la pequeña Mimí.
La primera de ellas fue en la boca del metro. Un joven sudafricano hacía sonar tímidamente una flauta de plástico ante un público que pasaba veloz temiendo perder el tren. Más tarde, en el autobús, una madre susurraba una nana a su pequeño bebé en un intento de tranquilizarle, ya que las voces que el conductor lanzaba a un taxista que se le cruzó le asustaron. Siguió el canto de reclamo del vendedor ambulante que consiguió musicalizar torpemente algunos pareados. Y así un sin fin de nuevas melodías cargadas de humanidad y de necesidad.
Al llegar a casa, la bailarina, impresionada por aquellas músicas diferentes, trataba de concentrarse para deleitar con sus giros a la señora, que se dispuso ilusionada a abrir la tapa de la cajita. Mimí comenzó a bailar al compás de la música, pero pronto se sintió inundada por las melodías del camino y se dejó llevar al son de aquella flauta, y de la nana, y del reclamo del vendedor... El marido, alertado ante aquellas anomalías y giros descompasados, regresó inmediatamente a la tienda para resolver el problema.
«Es extraño -comentaba el Sr. Martínez- nunca me había ocurrido. Debe ser que la bailarina no está bien sujeta a la plataforma giratoria». En un intento de fijarla más fuertemente partió los piececitos de la pequeña Mimí. «No se preocupe, ahora mismo la cambio por otra a la que usted mismo podrá poner nombre»
Mimí fue arrojada al cubo de la basura. Ya no servía. Sin embargo, aunque sin pies, siguió recordando y guardando en su corazón aquellas nuevas melodías...
Aún hoy, en el basurero municipal, la pequeña Mimí sigue bailando ante un público que ella considera selecto: algunos niños que rebuscan, algún ratón que vive allí o algún perro hambriento.

El Sr. Martínez, ajeno a todo aquello, seguía fabricando cajitas de música y cobrando cada día mayor prestigio.

lunes, 6 de enero de 2014

¡A Juan se le había caído un diente! Un cuento de niños...

A Juan se le había caído un diente. Es verdad que esto era normal siendo un niño; de hecho, su mamá ya le había explicado algo relacionado con unos dientes de leche que se tenían que caer para que salieran otros más fuertes. Aquello no lo terminaba de entender, sobre todo cuando veía que la leche que tomaba cada mañana no se parecía en nada a sus diminutos dientes. No obstante, de toda aquella historia, lo que más le gustaba era aquello de un ratoncito que se llevaba tu diente, pero que a cambio te dejaba un regalito mientras dormías. ¡Eso era fantástico!
Al despertar, Juan miró ilusionado debajo de la almohada y... efectivamente, el diente había desaparecido y en su lugar había un pequeño sobre. Mientras lo abría sus grandes ojos se pusieron redondos y no pestañeaban ni un segundo para no perder detalle. ¡Qué maravilla!, un billete de 10 euros junto a una nota: «Querido Juan: Hoy he tenido que recoger muchos dientes y no puedo acarrear con un juguete para cada niño, por eso he pensado que esta tarde vayas con papá y mamá a una tienda y te compres lo que quieras. Un besito...». Aquello le pareció una buena idea; además, era comprensible que un ratón tan pequeño no pudiese transportar montones de regalos.
Tal y como le había propuesto su amigo el ratoncito, Juan fue aquella tarde con su papá, su mamá y su billete de diez euros, a una pequeña tienda de juguetes que había en su barrio. Iba feliz, aunque algo agobiado, ya que decidirse por un juguete entre montones y montones de juguetes podría ser un problema. Lo importante era que papá y mamá no perdiesen los nervios y le hiciesen coger el primer juguete que vieran a mano.
En la tienda comenzó dando un rápido vistazo por algunas secciones: muñecos ya tenía muchos, animales también, aviones, barcos, motos... De repente se paró. Nunca había visto un camión con tantas luces y tan preciosísimo. Sus grandes ojos se pusieron tan redondos como cuando abrió el sobre que el ratoncito le había dejado. El camión andaba solo, tenía bocina, un enorme remolque, se le abrían las puertas, ... En fin, una maravilla. Lo cogió de la estantería con mucho trabajo, porque el camión era grande y sus brazos apenas podían abarcarlo (en aquel momento comprendía mucho más al ratoncito con sus dificultades para acarrear con tantos regalos). Entre sus dedos el sobre con el billete de diez euros. Lo puso sobre el mostrador y el vendedor, sonriente, le preguntó:
-          ¿Es éste el que te gusta?
-          Sí, - respondió apresurado Juan-. ¿Cuánto cuesta?
-          Pues mira – respondió el vendedor- estos camiones vienen de Asia y sólo cuestan cinco euros.
A Juan se le transformó el rostro, tomó el camión y comenzó a caminar lento y cabizbajo para devolverlo a su sitio. Ni papá, ni mamá ni el vendedor entendían nada...
-          ¿Es que tiene algún defecto?- le preguntó su papá.
-          No – contestó Juan.
-          ¿Es que has pensado en otro juguete? – le preguntó mamá
-          No – contestó.
-          ¿Es que no te llega el dinero para comprarlo?- le preguntó el vendedor.
-          Ese no es el problema – insistió Juan.
-          ¿Entonces? – se preguntaron los tres adultos.
-          Es demasiado barato – comentó entre dientes el pequeño Juan.
-          ¿Cómo? No salían de su asombro y ante tal insólita situación la mamá le pidió a Juan que se explicase.
«Papá y mamá, ya sabéis lo que me encanta jugar; y yo os veo disfrutar viéndome en mi cuarto afanado en construir un castillo, en conseguir que mi león y mi cerdito se lleven bien y merienden juntos, en colocar a todos mis soldados en fila, ... Me habéis enseñado a recoger los juguetes, a cuidarlos, a respetarlos. Si pago cinco euros por este camión le falto al respeto. Este camión vale mucho más. Este camión es fantástico, viene de muy lejos, ha sido construido por manos sabias...»

Y así Juan decidió entregar el sobre con los diez euros en un lugar donde cuidaban a niños a los que sus papás y mamás no habían respetado lo suficiente. Aquel día Juan se acostó consciente de que el ratoncito le sonreía, y esperando a que pronto otro diente de leche se le cayera...